JESÚS MACKINTOSH. Los murciélagos
El sueño del Marqués del Duero
Paseando al atardecer por San Pedro me llevé una muy grata sorpresa al ver una colonia de murciélagos sobrevolando una zona descampada; siempre he tenido una especial predilección por estos seres, sobre todo por ser mamíferos de vida nocturna y por su gran capacidad de orientarse gracias a su visión por radar.
La cuestión fundamental que deriva de su biología es la de tener que alimentarse de noche y el no hacerlo de día. Su resolución solo tiene una respuesta: su incapacidad de no poder superar la competencia que le ejercen las aves. Algo tan simple solo nos debe llevar a la conclusión de que los pájaros son rivales por ahora imposible de batir por los mamíferos en el aire, a diferencia de lo que sucedió en el medio marino, donde los actuales representantes de dicha clase de animales sí lo han conseguido con los peces.
La admiración que les profeso a los cetáceos no es menor que la que le tengo a las aves en general. Pensemos en un humilde gorrión, cómo en esa diminuta cabeza se aloja un cerebro que le permite dirigir un espectro tan amplio de ágiles movimientos. Y si nos fijamos en su mirada se puede apreciar un atisbo de inteligencia. Si esta consideración la extendemos al conjunto de todas las aves es difícil que se pueda desarrollar un nuevo proyecto de vida con posibilidades de éxito, a menos que solo actué en el momento del día donde la mayoría de los pájaros descansan.
Ha sido noticia reciente en España, dos casos de transmisión de la enfermedad de la rabia a humanos por la mordedura de murciélagos. Son casos muy aislados pero que sirven para evitar el contacto físico con ellos, ya que en caso de verse atrapados recurren rápidamente a la mordedura para liberarse. Y como son vectores de transmisión de numerosas enfermedades, lo mejor es disfrutar con su contemplación, aunque sea en momentos de poca iluminación natural, matiz que le impregna de ese halo de misterio que siempre les han caracterizado.
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