JESÚS MACKINTOSH. Muchas gracias, tiburones
El sueño del Marqués del Duero
Durante el período que ha durado el estado de alerta por el coronavirus se ha incrementado el avistamiento de escualos en la costa mediterránea andaluza, sobre todo en la provincia de Granada. La mayoría de las ocasiones los protagonistas fueron ejemplares de tiburón peregrino, que han aprovechado la baja contaminación acústica, derivada de la reducción de la actividad humana, para alimentarse del fitoplancton. Son seres de apariencia preocupante por su gran tamaño –es el segundo pez más grande del mundo– aunque totalmente inofensivos por su ingesta filtradora que los hace ser desdentados.
La presencia de tiburones tan cerca de la playa es poco frecuente. De hecho, recuerdo un caso en mi niñez, en la desembocadura del Arroyo el Chopo, en el que oí la alerta por la megafonía de una embarcación de la prohibición del baño por la presencia de tiburones. Y otro caso recientemente antes de disputar una travesía a nado en la playa de La Malagueta de la capital malagueña, donde la prensa informaba el día anterior de que había aparecido un ejemplar de tintorera, que suscitó una gran polémica entre los bañistas de la zona por si acababan con su vida o si se la llevaban mar adentro. Afortunadamente ocurrió lo segundo.
Aunque los sucesos más luctuosos relacionados con ataques de tiburones en Málaga capital datan de 1862, los días 25 y 26 de julio, ocurrieron en dos playas diferentes, aunque el desenlace y el desarrollo de los acontecimientos fue idéntico. Dos personas fueron sorprendidas durante su baño, sufriendo la amputación parcial de una de sus piernas por el ataque de un gran tiburón, lo que le ocasionó la muerte posteriormente por pérdida masiva de sangre. No hay seguridad en la determinación de la especie causante. Se cree que sería un Marrajo por ser más común, aunque podría tratarse de un gran blanco, del cual se tiene constancia de avistamientos esporádicos en el Mediterráneo.