JESÚS MACKINTOSH. El alcornoque
El sueño del Marqués del Duero
Dentro de la riqueza natural de los bosques mediterráneos, destacan por su belleza tres árboles pertenecientes al género Quercus: La encina, el quejigo y el alcornoque. Su distribución geográfica está marcada por la temperatura, los dos primeros son propios de zonas más frías, y el alcornoque de zonas más templadas.
Lo que más me sorprende del alcornoque, es su adaptación evolutiva a los incendios, que históricamente se producían de manera natural, dado que el hombre aún no había aparecido sobre la faz de la tierra, y normalmente eran provocados por los rayos que caían sobre una superficie tapizada de plantas y arbustos, secados durante los períodos ausentes de precipitaciones propios del clima mediterráneo. Dada la frecuencia de estos fenómenos, esta especie fue generando un escudo protector, el corcho, que al rodear tanto el tronco como las ramas, permitía ser destruido en primer lugar por las llamas favoreciendo con ello que el interior se salvara de la acción del fuego, de esta manera se garantizaba una rápida regeneración de la planta. Una cualidad que pasa desapercibida de los bosques de alcornoques estriba en las micorrizas que sus raíces establecen con el micelio de algunos hongos, y que mejora enormemente la calidad gastronómica de las setas producidas por estos. Son más sabrosos los níscalos que aparecen en bosques mixtos de alcornoques y pinos, que los que se recogen en los pinares, su sabor y textura se diferencia por ser más suave.
Su presencia es tan cercana que los podemos encontrar en el Alcornocal de Elviria, y con mayor profusión en el Parque Natural de los Alcornocales, situado entre las provincias de Málaga y Cádiz. Este parque está considerado una de las mayores superficies arbóreas de Europa. Su gran valor ecológico se debe al ecosistema tan diverso que genera, donde todas la formas de vida que arropa, conviven en un estado natural muy parecido al que tenían en el pasado.