JESÚS MACKINTOSH. El cárabo
EL SUEÑO DEL MARQUÉS DEL DUERO
Bien entrada la noche, en las zonas donde abunda la vegetación, el silencio se rompe por el canto de dos especies de rapaces nocturnas: la del mochuelo y la del cárabo. Ambas son muy fáciles de reconocer porque la primera repite un sonido corto y estridente, mientras que la segunda desarrolla un ululato lastimero que alterna sonidos cortos y largos. El cárabo está muy arraigado en nuestro territorio y su presencia es un indicador de diversidad natural, lo cual refuerza mi teoría de que avanzamos hacia una convivencia cada vez más pacífica con los animales que nos rodean, y que si en el pasado su consideración era de alimañas en el presente han alcanzado una condición de respeto bien merecida.
La presencia de esta ave se localiza en los bosques de eucaliptos que están diseminados por los alrededores de San Pedro, y puesto que he conseguido escucharlos en diferentes lugares, la impresión que tengo es que su población va en aumento. Son de hábitos nocturnos lo que dificultad poder contemplarlos, y se alimentan sobre todo de pequeños roedores a los que fácilmente localizan de noche por su adaptación visual y auditiva. Su apariencia es similar a las lechuzas pero de menor tamaño y de cabeza redondeada. Su carácter se vuelve agresivo por la defensa de su nidos y polluelos, dándose el caso de atacar a perros, gatos e incluso humanos. De hecho un prestigioso fotógrafo de aves, perdió un ojo cuando fue atacado por un ejemplar mientras intentaba tomar una fotografía de su nido.
Históricamente su reputación se ha visto marcada negativamente por su canto, considerándose como presagio de mala suerte. En algunas culturas africanas se cree que están relacionados con los hechiceros: en otras se asocia al rayo por iluminar la noche y al trueno porque rompe el silencio de la misma.
Particularmente disfruto muchos las noches que escucho su cántico porque representa que la naturaleza que nos rodea sigue viva.
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